Entrevista: Lionel Delgado

 

Lionel S. Delgado (Rosario, Argentina; 1990) es filósofo y sociólogo. Investiga en la Universidad de Barcelona sobre temas de urbanismo, feminismos y modelos de masculinidad. Aborda las contradicciones emocionales y las prácticas de resistencia en busca de claves que permitan comprender para cambiar. Con un pie en lo político y otro en lo académico. Twitter: @Lionel_Delg.

 

 

1.¿Cómo fue tu acercamiento a los estudios de género y masculinidades? ¿Cuéntanos cómo ha sido tu trayectoria desde Rosario, Argentina? ¿Tuviste contacto allí con grupos de hombres por la igualdad?

Yo crecí en los noventa en Argentina. Y viví en mis carnes lo que supone la ausencia total de discurso de género relacionado con la masculinidad: nunca jamás hubo un discurso que problematizase o me hablase de que había otras formas de ser hombre. Así, sufrí de pequeño acoso por no tener cuerpo normativo, por no saber participar en los espacios masculinos como debiera, por no tener habilidades de confrontación y competición… Me acuerdo de escenas como las de la risa colectiva de mis amigos por no saber ponerme el pene erecto para medírnoslo en el vestuario; o de las mofas por tener “tetas de chica”… Fue una época bastante dura…

Crecí con ese malestar sin forma de saber que las prácticas masculinas al uso no cuadraban conmigo, pero sin la posibilidad de poder experimentar con otras formas de expresarme o sentirme lejos de la culpa o la vergüenza. Por suerte, en la vida universitaria tuve un contacto más directo y profundo con el feminismo, lo cual al principio no pareció tanto, pero que con el tiempo iba a darme las herramientas para ir cambiando mi forma de ver el mundo, y verme a mí en él.

El drama es que mi contacto con las masculinidades más alternativas fue más o menos tardes. Aunque los 20 y pocos años no son muchos, a esa altura están ya sedimentadas muchísimas formas de vivir el propio cuerpo, la sexualidad, la corresponsabilidad doméstica, la gestión de la tristeza o la rabia, la comunicación emocional… Estos siete últimos años (tengo 31) han sido de entender, desmontar y reaprender muchas cosas…

 

2. Además de investigador académico en la Universitat de Barcelona, escribes en varios medios de comunicación. Cuéntanos cómo enfocas estas dos actividades y cómo se interrelacionan.  ¿Cuáles dirías que son tus principales líneas de investigación-pensamiento en la actualidad?

Es muy interesante tener un pie en cada campo, porque desde esta posición ves la complejidad y las limitaciones de ambas. Siempre digo en mis charlas que una de las cosas que más me molestan es que las lógicas analíticas y políticas muchas veces operan en sentidos opuestos.

Un ejemplo: no puedes convocar una manifestación utilizando una tesis doctoral como llamamiento; pero tampoco puedes comprender y analizar la complejidad del mundo (y de las masculinidades) con un panfleto.

Esto, creo, resume el gran reto que nos queda por delante: tenemos que ser capaces de articular una comprensión profunda y rigurosa de qué supone la masculinidad y cómo podemos articular formas de ser hombre respetuosas y responsables, pero intentando, a la vez, no caer en simplificaciones políticas (“hombres=patriarcado”; “privilegios son claros y hay que eliminarlos”, “los hombres también son víctimas”, y demás reducciones) pero tampoco en discursos tan intelectuales que no consiguen movilizar a los hombres.

Estos son dos retos a nivel de discurso que nos supone un pesado lastre a la hora de poder llevar a cabo una praxis política y una comprensión personal eficaces. El reto es no caer en simplificaciones moralistas (buenos/malos, todo/nada, opresión/opresores) ni caer en inmovilismo academicista…

 

3. Tu reciente artículo  “A la caza del aliado o la muerte de la 'nueva masculinidad'” nos insta a cuestionar y repensar estos dos conceptos, el del “aliado” y el de una “nueva masculinidad”. ¿En qué se centran tus críticas y por qué crees que es importante que revisemos estas cuestiones?

Creo que, como todo concepto que se populariza, hay que tener cuidado. Con “nuevas masculinidades” hay un doble riesgo: por un lado, que invisibilicemos relaciones de dominación por creernos que somos tan “nuevos hombres” que estamos más allá del machismo y, por otro, que simplifiquemos el concepto de masculinidad a una mezcla de estética, formas de hablar y expresión de emociones.

El concepto de “nuevas masculinidades” es bastante antiguo. Se lleva hablando de los nuevos retos de la masculinidad desde los años 50. Así que podría entenderse que siempre estamos en el caso de que la masculinidad cambia y se aleja de esa “vieja masculinidad” de siempre (parafraseando el título del libro de Antonio J. Rodríguez).

Creo que esta forma de entender la “nueva masculinidad” viene de una comprensión de la masculinidad muy confusa. El objetivo político podría decirse que es ahora mismo entender el patriarcado que tenemos encima y que tenemos que luchar por encarnar mejores modelos de género, ser más respetuosos, justos, igualitarios… Como podrán notar, son todo atributos individuales… Creo que el concepto de “nueva masculinidad” es consecuencia de una moralización que hace reposar en el sujeto la carga del cambio de género, cuando podría mirar más hacia lo colectivo/estructural: a las instituciones, a las leyes, a las formas de plantear la economía o la política. Incidir en los permisos parentales, señalar las desigualdades laborales, normalizar culturalmente las tareas domésticas masculinas (¿cuántas imágenes tenéis en la cabeza de un hombre limpiando un baño?), cuestionar las formas masculinas de ascenso en lo político…

 

4. Por otro lado, estaría lo que has nombrado como un “malestar sin forma” entre algunos hombres, que, ante una crisis de los valores de la masculinidad tradicional, encuentran en el anti-feminismo una posición segura. Algunos partidos de la derecha y algunos medios de comunicación han sabido capitalizar este fenómeno en votos y “clics”. En tu artículo Enfadados con todo: Vox y la masculinidad escribes que de nada sirve negar esta realidad y que “La realpolitik nos enseñó a hacer política con lo que hay en vez de con lo que nos gustaría que hubiese”. ¿Qué deberíamos estar haciendo para enfrentar este fenómeno desde esa “realpolitik”? ¿Cuál es el papel  de los hombres en cambiar esa tendencia? ¿Es necesaria, entre esas tareas ,una mirada autocritica de los discursos a favor de la igualdad?

Esta es, creo, una pregunta fundamental hoy en día. Considero que el problema que se nos viene encima con el resentimiento masculino es tremendo. No estamos consiguiendo llamar la atención a los hombres antifeministas. Y lejos de fracturas sus posiciones, están parapetándose en unos sectores cada vez más fuertes, defensivos y con un argumentario más y más sólido.

Las subculturas antifeministas (Incel, MGTOW, Activistas por los derechos de los hombres, Artistas de la Seducción, etc.) están ganando fuerza en lo que se denomina la “Machosfera”, un conjunto de foros y espacios digitales donde se retroalimentan y comparten contenidos antifeministas.

Pero la participación en estos grupos no pasa por una especie de maldad o antifeminismo automático. Muchos de estos hombres son hombres que han sentido dolor debido a los procesos de rechazo social, a la precariedad laboral y una cultura que tilda de “fracasado” a los que no consiguen ascender, a los perdedores de las carreras por seducir y tener una vida hipersexual, por la incapacidad de poner en marcha una afirmación masculina basada en la virilidad, el dinero y el poder. Muchos, al sentirse vacíos, tristes o enfadados, han entrado en contacto con unos discursos que resultan muy tentadores porque dan un enemigo claro, conectan con unas emociones simples y aportan la seguridad y el reconocimiento de la comunidad.

Es muy difícil disputar eso desde el feminismo: no tenemos ni discursos claros que permitan a estos hombres sentirse mejores, ni aportamos un espacio de encuentro y escucha (a lo sumo, grupos de hombres ya convencidos que charlamos entre nosotros). Tenemos que ser autocríticos: los discursos que estamos generando son bastante cutres. No atraen a esas nuevas generaciones cada vez más frustradas, ni consiguen convencer a los más mayores lejanos al feminismo. No tenemos ni las palabras adecuadas, ni generamos los espacios para ello… La pedagogía en colegios está genial, pero tenemos que encontrar formas de encontrarnos con esos hombres que ya están fuera del circuito educativo y que son víctimas perfectas de los entornos antifeministas.

 

5. Al margen de estos casos más obvios, mediáticos y extremos, y por tanto más fáciles de desmontar, todavía asistimos a múltiples resistencias cotidianas, más difíciles de detectar. Nuestra sociedad no se definiría como machista pero las desigualdades, discriminaciones y violencias contra las mujeres y los colectivos LGTBQi siguen patentes y los retrocesos parece que están siempre a la vuelta de la esquina. ¿Qué estrategias tenemos a nuestro alcance para seguir avanzando en la construcción colectiva de vidas más libres? ¿Cómo involucrar a más hombres en el trabajo a favor de la igualdad?

La posibilidad del retroceso es precisamente el problema. Creo que somos víctimas aún de un pensamiento progresista que entiende la historia como lineal. Desde ese punto de vista, el avance es siempre hacia delante, y en ese sentido, las “nuevas masculinidades” son mejores por el simple hecho de ser nuevas. Pero creo que esa mirada es errónea. Las políticas no entienden de historia lineal. No por haber vencido al nazismo en la primera mitad del siglo XX nos podemos olvidar del fascismo, y precisamente partidos de extrema derecha están creciendo en prácticamente todos los países de Europa.

Ese conservadurismo no es parte del pasado. Es una posibilidad permanente. Siempre puede azuzarse el miedo y la rabia hacia posturas que coarten los derechos de las comunidades más débiles. La sociedad siempre ha sido un campo de batalla. Y el género no es ninguna excepción. No es impensable que la cuarta ola del feminismo se debilite y le suceda una década de discursos neoconservadores de género y que el feminismo esté dedicado a lo institucional por su incapacidad de conseguir brazo militante de calle. Ha pasado antes. Unos años después de esa oleada masiva de feministas en los años setenta, en la segunda mitad de los ochenta vimos que EEUU era un erial político. Y 30 años después ganó Trump las elecciones. No hay historia lineal…

Entonces, ¿qué hacer? No sé. Esa es una decisión política, y les tocará a los colectivos decidirla. Por mi parte veo con muy buenos ojos la educación temprana, ya que en mi tesis doctoral he visto que marca una diferencia enorme en la conciencia de los hombres hacia el impacto de sus acciones. Desgraciadamente, esta educación temprana está muy poco implantada en los sectores populares. Es más propia de entornos más de clases medias y altas.

En las clases más populares, aún hay poca inversión en formación de género, y los cursos que se dan son pocos y no tienen continuidad. Eso es un problema. Porque las formaciones cortas y sin continuidad pueden estar señalando los problemas sin aportar soluciones y herramientas para paliarlos: si un curso le señala a un chico cuántas cosas de las que hace están mal pero no le da herramientas para sentir y comportarse de otra manera, lo que genera en el chico es confusión y malestar. Eso es un temazo que no sé muy bien cómo resolver.

 

6. Los hombres, las masculinidades, están cambiando. ¿Cuales son en tu opinión los temas que actualmente más ocupan o preocupan a los hombres heterosexuales ante los cambios sociales impulsados por los feminismos y movimientos LGTBQi?

No creo que pueda hablarse, así en general, de los hombres ni de intereses de los hombres. En esto es muy importante hablar de una manera interseccional. Yo, como mucho, puedo hablar de hombres jóvenes, de clase baja, que es el grupo al que pertenezco y es el grupo que investigo. A estos hombres de clase baja, migrantes o nativos, jóvenes, les (nos) sigue preocupando un futuro cada vez más oscuro e inseguro que les (nos) condena a una vida de precariedad y fragilidad identitaria. ¿Cómo sentirse una persona que vale algo cuando no tienes posibilidades de conseguir trabajo estable, de poder vivir tranquilo económicamente, cuando eres señalado como el culpable de tu propio fracaso?

En ese contexto, muchos hombres intentan buscar otras formas de validarse como personas: algunos acumulan capital sexual (validarme a partir de seducir o tener sexo), otros ejercen violencia o dominación (validarme a través de la fuerza), otros intentan ascender socialmente estudiando y mejorando en el trabajo (validarme a través del poder social), otros ahorrando y comprándose coche, zapatillas, etc. (validarme a través del estatus), etc. Evidentemente, algunos de estos elementos son más indeseables que otros, pero creo que muchos operan con lógicas parecidas de fondo.

La lógica patriarcal sigue situando lo masculino por encima de lo femenino. El tema es que ahora los hombres tienen formas más complicadas de ejercer el poder masculino, ya que anteriormente se encontraba situado en la figura del “ganapán”, padre de familia, y anclaje de protección de sus allegados. Lo masculino ahora es más complejo de reafirmarse, y estos chavales jóvenes que estamos consumiendo desde niños el mensaje “sé un hombre, crece y conviértete en el héroe de tu vida” tenemos un cacao identitario muy bestia a la hora de preguntarnos cómo tenemos que ser.

Supongo que la tensión está, como decía en uno de mis primeros artículos, en poder mirarnos en el espejo roto de la identidad masculina fracturada y en crisis. Mirarnos para entendernos, ser amables con nosotros y reafirmarnos en el compromiso político de cambio social. Pero es una tensión, como digo, porque hay otras fuerzas que operan ahí: el miedo al cambio, la tristeza por la inseguridad, el desconcierto por la falta de puntos cardinales… Parafraseando el título del libro de mi queridísimo Joan Sanfélix, ahí se juega la partida, en la brújula rota de la masculinidad.