Entrevista al equipo de USVreact (apoyo a las víctimas de las violencias sexuales en el contexto universitario)

http://usvreact.eu/

(Marta Luxán Serrano, Mila Amurrio Velez, Ainhoa Narbaiza eta Jokin Azpiazu Carballo)

Universidades de 7 países de la UE desarrollan e implementan modelos de formación para personal de universidades susceptible de dar una primera respuesta ante casos de violencia sexual. Se agrupan en torno al proyecto USVreact.

 

1.- USVreact tiene como objetivo diseñar modelos formativos dirigidos a facilitar que el personal universitario sepa reconocer y dar una primera respuesta ante de situaciones de violencia sexual. Cómo enmarcáis el concepto de violencia sexual? ¿De qué violencias estamos hablando? ¿Qué presencia tiene la LGTBfobia en la universidad? ¿Podéis explicar  más detenidamente  los objetivos del proyecto? Qué entidades lo están llevando a cabo en Euskadi?  ¿Qué acciones estáis realizando?

Lo primero que conviene aclarar es que USVreact es un proyecto de alcance europeo, en el que colaboramos diferentes universidades y entidades de Grecia, Italia, Reino Unido y Catalunya. Esto implica tener unos objetivos comunes, que necesariamente se han de adaptar a nivel local si queremos que tengan sentido y, por lo tanto, tengamos algo de incidencia.

En nuestro caso, uno de los objetivos principales es abrir el debate sobre este tema en nuestro entorno, tanto en la UPV/EHU como en las universidades locales con las que estamos trabajando, HUHEZI (MU) en Eskoriatza y UPNA en Iruñea. Es decir, que además de formar a las personas que trabajan en la universidad respecto a qué hacer en casos de violencia sexual, pensamos que hay un paso previo que es abrir el debate sobre qué está pasando en nuestras comunidades universitarias, cuáles son las formas de la violencia y cómo se articulan y cuáles son los factores de cambio. Porque la realidad es que apenas tenemos datos sobre lo que sucede aquí, parece que seguimos pensando la universidad como un espacio donde nada sucede, un espacio educativo ordenado y respetuoso, y no como un ecosistema concreto dentro de un panorama social más amplio; una institución que no escapa de las dinámicas de discriminación que se producen en toda la vida social.

Es en este marco en el que nosotras situamos las diferentes expresiones de la violencia sexual (agresiones físicas, acoso por diferentes medios, sexualización del cuerpo de las mujeres a través de las representaciones…) como fenómeno que se produce y reproduce en un sistema de desigualdades de género que llamamos patriarcado. No es una cuestión neutra ni de desviación de conducta, ni se puede limitar a sujetos concretos o a un problema “entre personas”. La violencia sexual existe porque hay un sistema que la sustenta, que es el mismo sistema que provoca otras formas de violencia (económica, política, simbólica…) contra las mujeres y sujetos que no cumplen con la norma heterosexual y el binarismo de género. Por eso optamos por un marco que permita politizar estas formas de violencia y, a la vez, establecer medidas que vayan más allá de la asistencia a personas concretas para provocar procesos de cambio social en la universidad.

Con este planteamiento en mano, de momento hemos diseñado una formación de ocho horas, con las aportaciones de personas y grupos activistas feministas que de una manera u otra trabajan esta cuestión. La formación ya se ha puesto en marcha y la hemos ofrecido a unas 80 personas, entre la UPV, la UPNA y HUHEZI. Ahora estamos evaluando los cursos, a través de cuestionarios, entrevistas y grupos de debate. La idea es que para el final del proyecto, febrero de 2018, tengamos un modelo de formación que haya mejorado a través del uso y la evaluación, un modelo que ofreceremos de forma gratuita (con sus fichas de actividades y dinámicas y su guía pedagógica) para que las universidades, u otras entidades que así lo deseen, puedan utilizarlo y programar sus propias formaciones. Asimismo, estamos trabajando en la sistematización de datos de una encuesta que hemos lanzado al alumnado de la UPV/EHU y colaborando en la reformulación del protocolo contra la violencia de género, de la mano de la dirección de igualdad de la universidad (UPV/EHU).

Respecto a la cuestión concreta de la LGTBfobia en la universidad, nos encontramos con un problema similar al de la violencia sexual en el mismo espacio. No hay datos extensivos al respecto. No se invierte demasiado en las universidades en investigar de forma adecuada y exhaustiva lo que está pasando en las mismas y, a menudo, se intentan tomar medidas sin realizar el diagnóstico adecuado. Ocurre lo mismo que en otras instituciones o grupos: basta que una universidad ponga en marcha un programa o protocolo para que las demás quieran hacer corta y pega y tener el suyo propio. Sin embargo, tomarse esta cuestión en serio significa pensar en qué está pasando, y qué no, y en cuáles son las necesidades específicas que las personas LGTB tenemos en nuestra universidad. Eso implica una fase de diagnóstico y, desde luego, procesos de participación en la elaboración de las políticas de las universidades que abran espacios a las asociaciones, grupos formales e informales y al alumnado LGTB, en general, para plantear nuestras necesidades, deseos, enfados y propuestas… En la UPV/EHU tenemos la liga LGTB, por ejemplo, que cuenta con un gran seguimiento y participación, sobre todo del alumnado. Pero el profesorado y PAS de la Uni seguimos en gran medida o en el armario o, lo que es peor, relegando nuestra sexualidad al terreno privado sin tener en cuenta lo importante y bonito que podría ser participar de iniciativas LGTB o ser visibles en el contexto de la Universidad.

 

2.- En vuestra opinión creéis que en un espacio como la Universidad se detectan fácilmente comportamientos de acoso o agresión sexual? ¿Dónde veis las dificultares mayores para una buena detección?

Como ya hemos mencionado, tenemos aún poca información sobre lo que está pasando en las universidades. La universidad es un espacio social muy particular y, por lo tanto, requerimos de diagnósticos adecuados, que nos permitan saber, tanto  nivel cuantitativo como cualitativo, qué está pasando.

En términos generales, podemos decir que una particularidad de la universidad es su aislamiento, al tratarse de una institución históricamente elitista. Su conexión con las ideas de ilustración y modernidad es muy fuerte, esa idea de que lo que sucede en las universidades es pura transmisión (vertical) de conocimiento; en realidad en las universidades ocurre más, mucho más que eso. Es curioso que en las enseñanzas medias se planteen tantas acciones de sensibilización y prevención de las violencias machistas y que, de hecho, haya una especie de alarma al respecto(los institutos se conciben a menudo como los espacios más visibles de la violencia y la LGTBfobia) y, sin embargo, en las universidades no se habla de ello y, menos aún, se incluya en los currículums académicos nada sobre coeducación o prevención de las violencias machistas. Es sorprendente porque del instituto a la universidad, en la mayoría de los casos, median tres meses.

Si bien es cierto que en la universidad normalmente se inicia un nuevo ciclo de la vida estudiantil, tenemos que tener en cuenta que la baraja se rompe y se vuelve a formar. De un contexto de estudios donde conocemos a todo el mundo pasamos a una clase nueva, gente que no conocemos y, a menudo, esta situación se aprovecha para resituar las relaciones sociales. Esto implica que hay más “prudencia”. Todo el mundo se muestra más prudente respecto a las expresiones de machismo o LGTBfobia, de alguna manera es un terreno mucho más políticamente correcto que el instituto. Lo cual no quiere decir que no sucedan cosas, sino que se articulan de manera distinta. A esto hay que sumarle que las universidades, hoy en día y en muchos casos, muestran una combinación peligrosa entre neoliberalismo (a la universidad se viene a hacer carrera y a triunfar) y feudalismo (las jerarquías en la universidad están muy marcadas y son muy visibles).

Estos elementos hacen posible que muchos casos de acoso verbal, de insinuaciones sexuales por parte de personas en posiciones más poderosas, incluso formas de violencia física, queden silenciadas. Entre las personas que trabajan en la universidad sucede lo mismo. Decimos esto porque a menudo hay una especie de “adultismo” en los análisis sobre violencia sexual en las universidades; parece ser que el problema es el alumnado, cosas que suceden entre alumnos/as. Sin embargo estamos viendo que el acoso entre trabajadores/as y de trabajadores/as al alumnado también está presente y que, de hecho, en el caso del personal universitario es muy difícil sacarlo a la luz porque median varios elementos. Están los elementos estructurales que afectan a toda la sociedad (dificultad de identificar el acoso, miedo a denunciarlo y no ser creída, falta de espacios de confianza para pensar las violencias y compartirlas…) y, además, tenemos elementos particulares del contexto universitario: mucha movilidad laboral e inestabilidad en los primeros años sobre todo para el profesorado; entornos laborales herméticos pero carentes de espacios de confianza; falta de recursos efectivos y rápidos que no supongan abrir procesos dilatados en el tiempo durante los cuales las víctimas a menudo se exponen más a nivel social que los perpetradores…

Tenemos, asimismo, elementos relacionados con el ocio, sobre todo en el caso del alumnado, de lo que se llama “vida universitaria”. Las fiestas universitarias, cada vez más en manos de empresas privadas, los espacios de concentración del ocio (los jueves universitarios, los bares cercanos al campus…) son espacios muy particulares, las personas que en ellos participan no “están” en esos momentos ni en la universidad (pero sí en un contexto facilitado por su vida en la institución) ni en sus lugares de confianza en muchos casos (fuera de sus pueblos, barrios o espacios de ocio), con lo cual muchas veces ocurren agresiones que no se denuncian o, en el mejor de los casos, se derivan a recursos locales (movimientos feministas, recursos municipales…). Si queremos hacer algo desde las universidades tendremos que tener en cuenta que la universidad no es un espacio concreto ni un tiempo particular de 09:00 a 18:00 y que, por lo tanto, hay que mejorar la coordinación con los servicios municipales y con los movimientos feministas. En un momento en el que las universidades están estableciendo lazos con el mundo de la empresa es importante señalar la necesidad de vínculo con otras partes del tejido social, asociativo, institucional… Están también las residencias de estudiantes, en las cuales no sabemos muy bien qué pasa y que a menudo guardan una relación ambigua con las universidades, gestionadas por entidades privadas, fundaciones o instituciones religiosas. Y por señalar sólo un elemento más, los programas de movilidad, especialmente los de carácter internacional, acentúan el ya existente elemento racial y colonial.

 

3.- En vuestra opinión ¿Cuáles suelen ser las respuestas más habituales de quienes han conocido un caso de violencia sexual en el ámbito universitario ¿ Contarlo, denunciarlo…? ¿Existen recursos en la universidad para atender estos casos? Si existen,  se conocen suficientemente para utilizarlos?

En los procesos de debate y aprendizaje que hemos llevado a cabo en los talleres formativos, hemos observado que no hay muchas diferencias aunque sí particularidades en lo que respecta a las universidades. Tenemos aún una tendencia a pensar que la violencia sexual afecta sobre todo al alumnado y, en ese sentido, muchas veces el profesorado u otras personas que trabajamos en la universidad tenemos posiciones muy paternalistas de protección, que no cuestionan nuestro propio entorno laboral. De hecho, las universidades, como espacios jerarquizados de manera bastante evidente, son espacios donde el silencio frente a, por ejemplo, casos de acoso es una realidad. Cuanto más cerrado es un entorno social, más difícil es que el acoso se denuncie, ya sea a nivel público o a personas de confianza, mediando procedimientos oficiales o legales o por otros medios. En este sentido, el silencio es una barrera importante a la hora de provocar cambios, pero no podemos dejar la responsabilidad de romper este silencio en manos de las personas que viven situaciones de acoso u otras formas de violencia. Las instituciones universitarias y las comunidades debemos responsabilizarnos, porque si hay silencio es, sobre todo, porque no acertamos con los espacios de escucha. ¿Ofrece la universidad espacios de escucha que puedan resultar cercanos, comprometidos y de confianza? Junto a esto tenemos la cuestión de las medidas de prevención, que se plantean en muchos protocolos universitarios pero no se detallan: ¿quién hace la prevención? ¿a quién va dirigida? ¿con qué recursos contamos para hacerla?

Los pocos estudios que tenemos al respecto, casi nada respecto a nuestro entorno geográfico o al menos al cercano, indican que la tendencia clara es compartir la narración de las vivencias de este tipo con personas cercanas, generalmente las familias o amigas, también algunas asociaciones de mujeres o grupos feministas. Por lo tanto, esta cuestión de abrir espacios de escucha se relaciona de manera evidente con la forma de entender las universidades: ¿son espacios de transmisión del conocimiento donde la clientela (el alumnado) entra y se les ofrece un servicio? Más bien estamos hablando de ecosistemas sociales vivos donde se encuentran también de manera activa los grupos feministas de alumnas, otros grupos como sindicatos, colectivos de estudiantes… que tienen relación también con otros grupos fuera de la universidad. La academia parece estar poniendo mucho énfasis en su relación con el mundo de las empresas pero no tanto con el tejido social, sean ayuntamientos, colectivos feministas, ONGDs… Se podrían desarrollar muchos recursos en colaboración con estos agentes y también hacer una derivación más efectiva. 

En este sentido las universidades están lejos aún de promover recursos que vayan más allá del asistencialismo o la protocolización excesivamente tecnificada. Esto en el mejor de los casos, en otros simplemente no hay ningún tipo de medida. Falta recorrido aún para entender que los procesos de protocolización han de relacionarse con procesos de debate y visibilización más amplios que sean capaces, o al menos susceptibles, de afectar a diferentes personas y grupos de la comunidad universitaria. Por supuesto, la cuestión de dar a conocer los mecanismos con los que sí se cuenta en la universidad (servicios de apoyo, protocolos y procedimientos…) es una labor importante, pero lo es más aún que estos recursos se construyan con procesos que nos impliquen como comunidad y estén pensados desde las necesidades reales. Esto implica también una labor de diagnóstico en profundidad que aún no nos estamos tomando en serio.

 

4.- Una parte del proyecto son cursos de formación a la comunidad universitaria ¿En qué consisten estos  cursos? ¿Qué contenidos y objetivos tenéis?

Para ser sinceras, los cursos son capsulitas; como siempre en estos casos somos conscientes de que el tiempo es una limitación clara a la hora de poder profundizar. Son ocho horas de curso en las que analizamos distintos aspectos que consideramos importantes relacionados con este tema, desde cuestiones más de debate sobre cómo entendemos la violencia sexual en el espacio universitario y qué tiene que ver con el machismo, con el clasismo, con la LGTBIfobia… hasta cuestiones más “aplicadas” como qué elementos tenemos que tener en cuenta si queremos hacer algo frente a un caso concreto, como no victimizar ni re-victimizar, cómo establecer redes de apoyo, abrir mecanismos de cambio que impliquen a las diferentes personas sin poner en peligro a nadie… También dedicamos espacio a compartir información sobre los recursos existentes en la universidad, y sobre  los que existen fuera y están a mano.

El curso se desarrolla de manera bastante participativa. De hecho, lo que queremos transmitir principalmente es esta necesidad de abrir diálogos sobre las diferentes formas de violencia sexual en las universidades, de tomarnos en serio todos y cada uno de los casos con los que nos encontremos, y ser conscientes de que no hay procedimientos mágicos, sino toda una serie de decisiones a tomar en cada momento que nos implican y nos deben implicar. Por eso pensamos que una simple transmisión vertical de conocimientos del tipo “hay que hacer esto y hay que evitar esto” no sería pertinente. Tratamos de abrir un espacio también para que la gente se conozca y establezca alianzas con personas con las que trabaja, pero con las que quizá no comparte demasiado. En este sentido, cuando hemos conseguido juntar en la misma formación a profesorado con personal de administración y servicios, ha sido muy enriquecedor.

 

5.-Habéis organizado una jornadas sobre violencia machista en la Universidad en el mes de abril  ¿Como la valoráis? ¿Qué tal fue la asistencia? ¿Cuáles fueron los debates más importantes?

La jornada que organizamos en abril no fue muy exitosa a nivel de participación numérica. Puede que las fechas, cercanas a semana santa, tuvieran algo que ver, o la dificultad que aún tenemos para organizar eventos o jornadas que impliquen a los diferentes grupos dentro de la universidad… En cualquier caso, estamos muy contentas con las jornadas a nivel de contenidos y debates. La presentación de la investigación sobre sexting que han realizado en la UPV y que Leire Ugalde y Arkaitz Zubiri nos compartieron suscitó mucho debate, sobre todo en torno a lo poco que conocemos aún sobre la práctica del sexting y sobre cómo los discursos alarmistas se están centrando demasiado en responsabilizar a las mujeres de la exposición y no en responsabilizar a los hombres que son quienes mayoritariamente rompen el consenso respecto a compartir imágenes de contenido sexual sin permiso de quienes están en ellas, o de tomar imágenes sin consentimiento. En este sentido las alarmas pueden generar un efecto contraproducente, de intimidar y limitar a las mujeres en sus prácticas sexuales, en lugar de realizar un cuestionamiento político sobre el poder, el deseo, el consenso…

Tanto la intervención de Edurne Jimenez, del colectivo Candela, como las aportaciones de Alixe Rodriguez e Idoia Legarreta, expertas en intervención, nos ayudaron a abrir un debate intenso sobre las posibles formas de intervenir en los espacios universitarios. No solamente hay una necesidad de hacer cosas, sino de plantearnos qué y cómo queremos hacerlo. En ese sentido algunos debates que se pusieron encima de la mesa son la ya mencionada superación del enfoque asistencial o las condiciones que impone la propia universidad como entorno jerarquizado y en constante proceso de neo-liberalización. También hablamos de la tensión que existe entre implicar al profesorado y alumnado sensible respecto a estas cuestiones y exigir de las instituciones universitarias que las medidas sean integrales y afecten a toda la comunidad, esté interesada en el tema o no.

 

6.- ¿Qué agenda tenéis marcada en el proyecto hasta su finalización?

Como hemos mencionado en estos momentos estamos con la parte de la evaluación de las formaciones. En los siguientes meses haremos alguna formación más, pero nos centraremos sobre todo en esta parte de la evaluación. Estamos también preparando una jornada para octubre en la que poder compartir de forma más distendida las ideas y conclusiones que nos hemos ido encontrando en este proceso, y que también llevaremos a Londres a la conferencia “final” del proyecto donde compartiremos estas ideas con el resto de las compañeras de otras universidades y entidades. Claro, estamos trabajando también en la elaboración de los materiales que serán el modelo de formación que ofreceremos al cierre de esta aventura a inicios del 2018, y esperamos que para entonces hayamos podido avanzar algo en lo que podamos aportar a un futuro diagnóstico sobre el tema en nuestra universidad así como a la elaboración del nuevo protocolo.